viernes, 1 de marzo de 2013

Navegar sin verde

ERa una tarea inmensa, un largo camino de agua dulce para navegar por ella. Las manos estaban áridas, secas, cortadas de un viento reseco que golpeaba contra su piel. Las dolía, las raspaba con frío y tozudez. Sin embargo no era tan fuerte como para empujar las velas. Pasaban los minutos y la barca avanzaba lenta como la noche que se acercaba. La luz del sol avioletaba el agua y sus labios y la desesperanza verde oscura ennegrecia el rio. Temblaba sin ganas de temblar y ansiaba llegar a la orilla o no hacerlo, todo podia suceder. No resultaba cómodo aquel circuito y sin embargo era imprescindible continuar aunque fuera blandamente. Y en ese precioso instante en que soltaba las manos de los remos aparecieron pajaros de plumas irisidas y triangulaban el cielo por encima de su cabeza blanca. Aquel piar la despertó. Siempre llegan noticias del cielo diez minutos antes de que todo se derrumbe. Se irguio, giro su cabeza y reconoció las ondas del camino andado. Diez minutos antes todo estaba hundido. Y sin pensarlo mucho permitió que desde sus vísceras se rodaran hacia sus ojos remolinos de palabras blancas y una tenue luz amarilla calentó su cuerpo. La mirada encendió luces de cruce y comenzo a remar.

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