miércoles, 28 de junio de 2017

Más de quince meses ya y sin nombrarla.

Solía morderme la boca y cerrarme la lengua ahogando un ¡mamita! tan habitual cuando ella no me acompañaba a casa, pero es que ella no tenía madre y yo no quería que supiera cuán doloroso me parecía que no la tuviera.

Ella buscaba su rastro en cada ser que se le cruzaba en el camino y la encontraba a menudo. Yo quería prestarle la mía, darsela las noches de angustia y los días de rosas. Yo quería que ella sintiera que siendo mi amiga, nunca le faltaría una madre. La mía o yo misma que tanto la quería.

Hace más de quince meses que no sale de mi boca la palabra "madre", solo en sueños en los que la llamo porque también la busco, como mi amiga, pero sin alzar su nombre al aire ni al día.

Hoy que sé que no va a volver, ahora que la he perdido de mis horas para siempre, la llevo a todos lados, a todas partes y suelo morderme la boca y cerrarme la lengua ahogando su nombre porque aún no es pronto o porque se me ha echo tarde.

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